Una de las situaciones más comunes con las que nos encontramos a diario son las críticas, las culpabilizaciones, los reproches o las opiniones destructivas acerca de qué o cómo debería haber dicho o hecho otra persona.
La cabeza suelta un discurso parecido a esto:
«Desde mi perspectiva, mi mundo, mi vida y mis experiencias, creo conocer todo lo que me rodea y sobre todo, sé lo que está bien y lo que está mal, no sólo para mí, sino para los demás también. Entonces, me creo con derecho a juzgar a otros. ¡Qué fácil es!»
Si cada vez que juzgáramos la manera de ser o de comportarse de otra persona, un súper-poder nos pusiera en su piel y comenzáramos a sentir y a saber lo que esa persona siente y sabe, quizá enmudeceríamos.
Quizá nos sorprendería reconocernos incapaces de haberlo hecho mejor.
No sabemos nada del tramo del camino que recorren los demás, de cuanto pesa su mochila, de si lleva tiempo cuesta arriba y ya le flaquean las piernas o si le aprietan los zapatos . No sabemos si necesita agua o simplemente un espacio de soledad. Si ha amanecido en su casa, si se siente libre, o si hoy va al médico a por los resultados de una prueba específica que le preocupa. No sabemos si se le ha roto el corazón y lo está recomponiendo o si tiene miedo de equivocarse en la próxima reunión.
No sabemos nada así que , observemos y practiquemos el Respeto y la Empatía.
¿No puedo dar mi opinión?
Sí, tienes derecho a dar tu opinión, pero no juzgues.
¿No puedo valorar lo que hacen o dicen otros?
Sí, valóralo todo, pero no juzgues.
¿No puedo criticar algo que no me parece correcto?
Sí, critica constructivamente, pero no juzgues.
Y es que contigo mismo tienes tarea suficiente para unos cuantos años, como para dedicar tu valioso tiempo a condenar lo que hacen los demás.
Deshacerte de tu necesidad de juzgar a otros es, probablemente, una de las prácticas más liberadoras y sanas que puedes hacer por ti y para ti. Alguna persona muy sabia dijo una vez:
Cuando señales con el dedo índice a alguien, recuerda que otros 3 dedos te apuntan a ti