Gente Tóxica

15 juegos que amargan la vida

Antes de descubrir las 15 conductas más comunes que suponen un juego tóxico para nosotrxs y quienes nos rodean quiero que partamos de una misma base:

En el post «Trastorno Mental vs Trastorno de la Personalidad» hago referencia a 5 conductas reconocidas por la psiquiatría y que requieren de un proceso médico: los trastornos de la personalidad. Esto no es de lo que hablaremos aquí. Si quieres saber más acerca del Narcisismo, Dependencia u obsesión (entre otros) dirígete a ese post.


La toxicidad es la cualidad de una cosa que consigue envenenar o causar trastornos negativos a nuestro cuerpo.

A nuestro alrededor hay personas que transmiten esa toxicidad a través de diferentes comportamientos que, en realidad, buscan un beneficio inmediato aunque a posteriori acaben resultando perjudiciales.

En todos los casos se esconden el miedo, la inseguridad o la necesidad de atención, así como un intento por evadir nuestra parte de responsabilidad en la vida

A continuación describimos los 15 juegos emocionales que utilizamos (sí, tú también utilizas uno o varios de estos 😉):

Cabreado

Se trata de personas que siempre tienen motivos para estar enfadadas. Casi todo traspasa sus límites y crean un clima de descontento e insatisfacción a su alrededor. Protestan por todo y acaban contagiándonos ese sentimiento de malestar e ira. El beneficio aparente que puede extraerse de esta conducta es la evasión de responsabilidad propia en aquello que sucede en su entorno así como una necesidad de ser atendido por los demás, de que se les preste atención. Está bien tener un espíritu crítico y entender que tenemos límites o que hay cosas que no nos gustan y deberían cambiar pero no todo debería cabrearnos.

Complaciente

Esta persona cede continuamente a lo que los demás desean y no saben decir NO. Quieren quedar bien con todo el mundo y sentir que no fallan o decepcionan a nadie. Para ganarse el cariño de los demás se convierten en lo que los demás necesitan, mutando y transformándose en base a «los otros». El resultado aparentemente positivo de esta conducta es la sensación de ser amado y aceptado por quienes nos rodean aunque la realidad de este comportamiento es una necesidad de amor, la incapacidad de asumir el rechazo y la búsqueda de aceptación. Sobra decir que este tipo de conductas indica claramente una falta de autoestima, valor y amor propio por parte de quien la ejerce, ya que creen que mostrándose como «en realidad son» significaría no gustar a nadie.

Controlador

Este juego implica vivir con ANSIEDAD. Tratan de evitar a toda costa la incertidumbre y necesitan tenerlo todo (y a todos) controlados para sentirse tranquilos. Por eso disponen de su tiempo, sus recursos, sus creencias ¡Y de las tuyas! Absorben, atrapan y condicionan su entorno, tratando de contemplar todas las variables posibles. El beneficio que se puede percibir es la seguridad, aunque la realidad que se esconde tras esta conducta es una desconfianza total en uno mismo y en ser capaz de afrontar lo que les depare la vida. El colmo de «no creer en mí» y la creencia inconsciente de no tener recursos en un futuro.

Dolido

Estas personas suelen sentirse atacadas por los demás, por lo que se dice y lo que se hace. Creen que todo se dirige directa o indirectamente hacia ellos e interpretan las palabras y hechos de los otros como un mensaje hostil hacia su persona. Utilizan el chantaje emocional (culpar o hacer sentir mal a otros por como se sienten ellos) y son expertos en «guardar facturas», es decir, rencorizan y te echan en cara actitudes, palabras y formas que sucedieron en el pasado en cuanto tienen la oportunidad. El beneficio aparente de este juego es identificar quien «les quiere de verdad» y quien no, aunque en el fondo ocultan una sensación de insuficiencia, de que algo está mal en ellos, así como una desconfianza en el resto de la gente.

Espectador

Se limitan a observar el mundo que les rodea sin involucrarse personalmente en nada. Su actitud es la de quien se queda tras la pantalla, juzgando y viendo lo que los demás hacen sin tomar acciones al respecto por mucho que no les guste, aunque critican y opinan sobre lo que hacen otros. Claramente el beneficio que se le saca a esta conducta es la de eludir la responsabilidad propia en aquello que sucede a su alrededor (positivo o negativo) evitando hacerse cargo. Arreglan el mundo desde su silla aportando soluciones que ellos nunca van a poner en práctica ya que no se comprenden como sujetos activos en su propia vida. En el fondo esconden un miedo a equivocarse y a comprometerse, inseguridad en sí mismos y apatía.

Evasivo

Aquí tenemos al escapista. Suelen tener una excusa para no acudir, no hacer, no participar… de forma ambigua y poco clara. Cancelan la cita 10 min antes y no terminan de decir lo que piensan. Se comprometen pero luego reculan, desaparecen. De esta forma consiguen deshacerse de vínculos o actividades que no le acaban de encajar aunque sin la empatía y asertividad que denotarían seguridad en uno mismo. En realidad temen decir lo que piensan y no ser aceptados por ello, creando una sensación de desconfianza en quienes les rodean. ¡No sé si puedo contar contigo!

Llevar la Razón

No te escuchan de verdad, solo les interesa convencerte de sus teorías. Ajustan sus argumentos para que parezca que ellos están en lo cierto a diferencia de tí. Puede parecer que esta actitud les otorga cierta consideración por parte de los demás pero la realidad es que NECESITAN ser reconocidos y valorados. No les vale con llevar la razón sino que precisan que tú te des cuenta. Reconocer que uno puede no llevar la razón implica una sana autoestima y seguridad en uno mismo por lo que si alguien se empeña siempre en ser «el listo de la clase» lo más probable es que necesite que lo aprecien por lo que es y no tanto por lo que sabe.

Pasota

Sin duda las cosas no van con él. A diferencia del Espectador, que opina y participa aunque sea desde la distancia, a éste le da lo mismo ocho que ochenta. Transmiten apatía y desmotivación. No se involucran ni participan ni les interesa. Nuevamente pueden obtener la falsa sensación de quienes no tienen cargas o responsabilidades, pero en realidad sienten que su aportación es inútil o poco importante. Su sentido del valor propio es bajo y su desinterés por todo demuestra que en realidad prefieren dejarse llevar por falta de confianza en sí mismos.

Perfecto

Esta persona no se cuestiona nada de lo que hace porque lo suyo siempre es lo correcto (al menos de puertas para afuera). Señala los errores de los demás pero nunca los suyos, porque cree que no los tiene. Es incapaz de reconocer sus equivocaciones ya que hacerlo significaría ser menos o mostrar vulnerabilidades. Este tipo de conducta «quema» mucho a las personas que le rodean ya que para mantener su idea de perfección utilizará las comparaciones habitualmente para sacar a la luz las imperfecciones de otros. ¿El beneficio? Creer que eres alguien merecedor de amor. ¿La realidad? Sentir que no estás a la altura, que no eres suficiente o que no te van a querer si no eres 100% perfecto. Este juego deshumaniza, porque el ser humano comete errores y se equivoca por naturaleza.

Prepotente

Yo yo yo yo y después yo. Esta persona se siente el centro del universo y su actitud te solicita constantemente que le tengas en cuenta. Si algo no le concierne, no le interesa. Lo más importante es ella misma y sus circunstancias por lo que su conversación favorita es en torno a su persona, lo que hace, lo que vive, lo que piensa y cómo es. Si le hablas de tí, te hablará de ella, si le pides un favor, verá si le aporta algo a ella… Detrás de esta actitud se esconde una persona con una necesidad imperiosa de ser tenida en cuenta y de ser valorada. Requiere hacerse visible constantemente porque en el fondo siente que nadie la ve.

Reactivo

Esperan a que otros propongan cosas para decir si están bien o mal. No accionan, reaccionan, y habitualmente llevan el NO por delante, poniendo «palos en las ruedas». Necesitan que las cosas se adapten a sí mismos y de entrada no aceptan. Tras este aparente espíritu critico se oculta una persona desconfiada e insegura de sí misma que, a diferencia del espectador, sí se involucra y hace cosas pero no sin antes hacerse notar. Si le preguntamos a esta persona «¿qué propones tú?», probablemente nos responda «no lo sé, pero nada de lo que se ha dicho hasta ahora».

Salvavidas

Esta persona se hace cargo de los problemas de todo el mundo… menos de los suyos. Ni siquiera te pregunta si necesitas ayuda, ella ya lo sabe y se adelanta a resolver tu vida. Tiene un detector de damnificados y deja para después sus propios problemas. Por un lado, lo que se cree que gana con esta conducta es el amor y agradecimiento del resto de la gente, sentirse imprescindible y valiosa. En el fondo, existe un miedo atroz a hacerse cargo de sus asuntos (mientras me ocupo de lo tuyo, no miro lo mío) y la creencia de que para que te quieran y te ayuden a ti, debes hacer méritos. Un juego que carga a quien lo aplica de la gran losa de hacerse responsable de lo que no le pertenece y que denota una desconfianza en la capacidad de los demás de asumir sus propias vidas. Ojo! que las personas salvavidas esperan a que los demás actúen igual con ellas, adivinando cuando necesitan ayuda y esperando que se les devuelva lo que dieron primero. Fatal error.

Silencioso

Mejor paso desapercibido… No estoy, que no me vean. Hacen pero no dicen, no opinan ni se hacen visibles. Son esas personas «de relleno» que no estamos seguros si estuvieron o no aquel día… Parecer que no existes aparentemente te exime de responsabilidad pero en el fondo lo que temes es que los demás te conozcan, te escuchen y sepan quien eres, por miedo a que puedan herirte, juzgarte o rechazarte. Cuando hablamos, expresamos quienes somos, lo que opinamos, lo que sentimos y lo que creemos, pero muchas veces no lo hacemos por falta de asertividad. Manifestarse a través de la palabra nos permite ordenar las ideas y desenredar algunos asuntos.

Verdugo

Aquí viene el justiciero! Culpa, señala y aniquila no dejando títere con cabeza. Divide el mundo en bueno/malo – bien/mal y lo que no encaja a su juicio debe desaparecer. Infunde miedo con sus palabras, dañando si es preciso (por tu bien). Aunque parece que esta actitud le convierte en alguien poderoso y seguro de sí mismo, lo que evita es que salgan a la luz sus propias vergüenzas, por miedo a ser juzgado y parecer vulnerable. El verdugo es hiriente e intransigente a pesar de que él es el primero que no se soporta a sí mismo.

Víctima

De los juegos más nocivos para quienes lo ponen en práctica. Esta persona se siente a merced de los elementos, todo le pasa a ella, pero no hace nada para cambiarlo. En su discurso nada está en su mano, nada depende de ella y parece que se acomoda en el lamento. Si le propones una solución que implique un cambio en su conducta o una acción a tomar, encontrará la manera de hacerlo inviable. El beneficio que se obtiene al adoptar esta conducta es el de eludir toda responsabilidad en la propia vida. En realidad, estamos frente a alguien que no cree en ella misma y que necesita recibir amor a través de la compasión que pueda despertar en otros. ¡Pobre de mí! La mejor pareja de baile tóxico para una víctima es una persona salvavidas: La primera siempre tendrá problemas para endosarle a la segunda y ésta siempre tendrá algo en lo que ocuparse que no sea ella misma.


Hay que puntualizar que una persona no va a valerse de estas conductas todo el rato en todas las áreas de su vida, sino que las utilizará o sacará a relucir en algunos ámbitos o con cierta recurrencia, según lo que necesite.

Se pueden combinar varios juegos en una misma persona, reforzando y retroalimentando los beneficios ilusorios que se obtienen. De esta forma, una conducta de perfeccionismo puede combinarse con el exceso de control o con querer llevar la razón. Así mismo, se puede ser complaciente y víctima al mismo tiempo o prepotente y verdugo.

Reconocer en los demás estas conductas es útil y nos permite comprender la carencia que se esconde tras un juego tóxico pero, es aún más importante reconocer estas actitudes en nosotros mismos. Darse cuenta que en ocasiones actuamos así y reconocer humildemente que podemos intoxicar a nuestro entorno, nos permite elegir si queremos seguir así o si ha llegado la hora de cambiar algo.

Tener una sana autoestima que te permita reconocer tus fallas, aceptar críticas, valorarte a ti mismo o empatizar con los demás, te asegura no necesitar el uso de estos juegos para sentirte mejor, más seguro, más libre o más amado.

¿Te has reconocido en alguna actitud? ¿Reconoces a alguien de tu entorno que juegue a estos juegos?

Dejar ir

El equilibrio entre el Status Quo y la huida de la zona de confort

«Cuando dejas ir, todo se coloca en su lugar»

Puede que hayas escuchado muchas veces esta frase pero lo cierto es que hasta que no la llevas a la práctica no puedes comprobar su eficacia.

No es tan fácil dejar ir aquello que amas o por lo que has luchado, aunque duela. Una relación, un trabajo, un sueño, un objeto con valor sentimental… Abandonar un proyecto en común, decir adiós a un ideal o perder la seguridad económica, no es plato de buen gusto, menos aún si eres una persona algo tozuda, insistente, constante y aún peor si eres alguien dependiente de aquello que toca dejar ir.

Es por eso que nos resistimos a soltar. Por nuestro carácter y porque hemos aprendido algo horroroso: que perder es sinónimo de fracasar.

¿Porqué nos cuesta tanto dejar ir?

Por un lado, a nuestro cerebro le encanta la estabilidad. Le gusta predecir, con la mayor precisión posible, lo que está por venir, sobre todo porque su principal misión es mantenernos con vida a toda costa y, cuanto más se controla la situación más a salvo parece que estamos. Esto no es del todo cierto, el exceso de control o la creencia que controlamos algo, nos puede llevar a la muerte en algunos casos.

Photo by Wallace Chuck

Controlar en exceso lo que comemos puede llevarnos a la anorexia. Creer que tenemos bajo control los malos tratos que recibimos por parte de alguna de nuestras relaciones, puede llevarnos a la anulación personal.

Por otro lado, desde nuestra más tierna infancia, a muchxs de nosotrxs nos enseñaron las reglas básicas de la felicidad, que eran:

  • Estudiar una carrera (que te asegure…)
  • Tener un buen trabajo (fijo, para…)
  • Comprarse una casa (propia, y así…)
  • Formar una familia (inseparable.)
  • Mantener a lxs amigxs (de toda la vida, con los que…)
  • Compartir ese hobby (que SIEMPRE fue tu pasión)
  • Encontrar la estabilidad en general

Todo esto es fantástico, alguna de estas premisas están en mi lista de «cosas por hacer en la vida» esperando a llevarse el check ✔ más pronto que tarde, pero tienen en común y refuerzan constantemente la misma idea: Lo seguro, lo inamovible, lo predecible, lo conocido

La idea de felicidad, de al menos los de 30 para arriba, pinta un poco así, se fantasea así, y este es el punto de partida de la gran complicación que supone, tantas veces, dejar ir. Perder lo que conocemos o no haber sido capaces de mantenerlo, se convierte en sinónimo de fracaso (personal, laboral, familiar o vital)

Photo by Plato Terentev

¿Os imagináis que cambiaran las reglas?

Supongamos que desde bien pequeñxs nos educan para preparar la receta de la felicidad con los siguientes ingredientes:

  • Formarte continuamente y a lo largo de toda tu vida en cosas diversas
  • Trabajar en diferentes puestos y gremios
  • Cambiar de vivienda y lugar de residencia cada cierto tiempo
  • Evolucionar con tus relaciones y que tus relaciones evolucionen contigo
  • Probar al menos 10 hobbies distintos en la vida: deportivos, creativos, intelectuales, sociales, individuales…
  • Saborear los periodos de bienestar, cargar la pila para cuando vengan vacas flacas.

Este enfoque se mueve en un clima más inestable, menos seguro y controlado, cambiante. Pero, seamos honestxs, esto se parece más a lo que nos encontramos en nuestro día a día, en nuestra vida y en nuestra consulta. Esta atmósfera se ajusta más a la realidad, por lo que pretender el Status Quo es un camino infinito y tarde o temprano frustrante.

Lo único absolutamente cierto es que todo cambia

En resumen, la idea de soltar aquello conocido y embarcarnos en lo desconocido nos da MIEDO, por propia naturaleza, y la idea de perder lo que teníamos se traduce en FRACASO.

Ser un fracasado con miedo ¿Quién quiere eso?

En el otro extremo del rin, nacido en occidente de unos años a esta parte, nos encontramos con ¡¡La Salida de la Zona de Confort!!.

Es una pesadilla. De verdad. Una auténtica pesadilla de gurús motivadísimos que generalizan sin empatizar con las circunstancias de cada uno, porque no pueden y probablemente muchos no saben.

La zona de confort se llama así por algo y precisamente va de la mano con esa necesidad mental y natural de nuestro cerebrito de la que hablábamos al principio. Necesitamos zonas de confort, zonas de seguridad en las que sintamos que «hacemos pie». Puntos de control que nos permitan integrar lo que aprendemos, lo que experimentamos en la vida, que nos permitan ir construyendo nuestro carácter y personalidad a través de los años.

¿Qué idea absurda y suicida es esa de vernos obligadxs a salir de nuestra zona de confort cada dos por tres? Si estamos bien, a gusto, satisfechxs… ¿para qué narices voy a salir de mi zona de confort? Hazte esta pregunta antes de comprar cursos en pdf…

Esta otra cara de la moneda, contradice totalmente la ley del Status Quo para la que hemos sido educadxs y nos coloca frente a una contradicción difícil de gestionar.

La forma sana de Dejar Ir

Entrecomillábamos al inicio de este post la frase «Cuando dejas ir, todo se coloca en su lugar», y os confieso que es del todo cierta, no solamente porque la he experimentado en mi propia piel en varias ocasiones, sino porque me la encuentro en sesión muy a menudo.

No se trata de algo místico o sobrenatural, aunque a veces lo parece, se trata de la predisposición personal y el nuevo enfoque que le damos a la situación, que nos permite VER otras opciones, nuevos caminos, que antes no podíamos percibir.

Inexplicablemente, he visto como personas desesperadas por encontrar un empleo digno tienen la oportunidad profesional soñada cuando se atreven a dejar ir un empleo en el que se les infravalora. De un día para el otro.

He sido testigo de cómo una persona puede regresar a su hogar a las pocas semanas de haber decidido marcharse del mismo, por imposibilidad de convivencia con vecinos incívicos durante años. El problema desapareció.

He vivido como, al aceptar que un proyecto profesional no parece abrirse camino económicamente, se recibe en pocas semanas el dinero y el tiempo necesarios para arrancarlo.

He asistido al momento en el que, tras aceptar que posiblemente no te contacten de esa empresa, recibes la llamada para concertar una entrevista.

Y estos son solamente 4 ejemplos que puedo demostrar con nombre y apellidos.

Parece que la vida nos plantea lo siguiente:

Sólo cuando tengas la conciencia interior para aceptar la pérdida de aquello que deseas, estarás preparadx para recibirlo sin límites

El equilibrio entre el Status Quo (permanecer, mantener, re-intentar hasta la extenuación) y la huida de la zona de confort (falta de compromiso, irresponsabilidad, ensoñación, autoengaño…) está en la capacidad de DEJAR IR.

Dejar ir es la aceptación de los procesos de la vida, la confianza de que todo está en su correspondiente lugar y de que cuando llegue el momento, lo que tenga que suceder sucederá. Es atreverse a soltar, a dejar de apretar los puños, y darse un respiro.

Dejar ir es comprender cual es tu mayor miedo (quedarse solx, no tener trabajo, verse obligado a abandonar tu casa…) y aceptar la posibilidad de que ese miedo se haga realidad. Y es que cuando aceptas tu mayor miedo, es cuando comienza a desvanecerse. Es como si fuese un monstruo que crece y crece a medida que tratas de evitarlo pero, que cuando te atreves a mirarlo a los ojos y valorar su existencia, se esfuma.

Photo by Wallace Chuck

Dejar ir es sinónimo de creerse capaz.

¿Significa esto que cuando algo no salga adelante, se complique o me cause preocupación, debo abandonarlo?

¡No, en absoluto! Esa es la táctica inútil de quien huye del esfuerzo, del trabajo por lo que uno desea. Alejarse de todo aquel obstáculo en el camino, es ser incapaz de reponerse frente la frustración, es el deseo infantil e imposible de que todo salga bien a la primera, de que todo funcione sin esfuerzo. Hay cosas que requieren tu esfuerzo, tu aprendizaje y tu constancia. No se trata de rendirse, se trata de dejar ir.

Hagamos un primer ejercicio para empezar a tomar conciencia y veamos cómo nos sentimos.

Pronuncia estas palabras 3 veces:

«Dejo ir y confío en mi capacidad de hacerle frente al mañana sin (aquello que te empeñas en mantener

Algunos ejemplos que pueden inspirarte:

  • Dejo ir y confío en mi capacidad de hacerle frente al mañana sin mi pareja actual
  • Dejo ir y confío en mi capacidad de hacerle frente al mañana sin este proyecto
  • Dejo ir y confío en mi capacidad de hacerle frente al mañana sin el reconocimiento de…
  • Dejo ir y confío en mi capacidad de hacerle frente al mañana sin mi hogar actual
  • Deo ir y confío en mi capacidad de hacerle frente al mañana sin haber cumplido este ideal

Si sabes que ha llegado el momento de dejar ir algo en tu vida, que te cuesta, que te hace llorar solo de pensarlo, y que no te ves capaz de hacerlo, cuenta conmigo para acompañarte en este precioso camino de aprendizaje y liberación.

Espero haber podido arrojar algo de luz a tu concepto de «dejar ir».

Deja en los comentarios tu propia experiencia personal, cómo te has sentido al hacer el ejercicio y comparte este post con quien creas que puede sacarle provecho.

Photo by Lukas

Sin Sentido ni aliciente

¿El virus de la apatía se ha apoderado de ti?

Llevo semanas así, meses quizá.

Al principio de todo, hace un año, encajé bien la situación. De hecho incluso me alegré de esta oportunidad de descanso y recogimiento que nos brindaba la pandemia.

Aproveché para poner en orden papeles y cosas del hogar, pude sacar a pasear mi lado creativo con proyectos y manualidades que hacía tiempo me rondaban la cabeza y para los que no había tenido tiempo hasta entonces. Aprendí a cocinar dulces, inicié rutinas de ejercicio físico y empecé a manejarme por el universo infinito de aplicaciones de video-llamadas…

Gracias a mi condición de propietaria de perro, podía salir a la calle cada día un ratito a dar un paseo corto por el barrio, disfrutando incluso de ese silencio que me envolvía tarde tras tarde, hasta las 8pm. Un silencio atestado de gente. Gente resguardada haciendo pasteles, ganchillo, papiroflexia o maratones de Netflix.

Me costó acostumbrarme a la mascarilla, al principio me asfixiaba y no sabía cual me iba mejor. ¿La de tela, la quirúrgica, la fpp2…? Hasta que se me pasó el enfado y me resigné a pillarle el truco. El truco a respirar.

Photo by Anna Shvets on Pexels.com

Empecé a comprender el mundo a través de porcentajes: Porcentaje de personas por recinto, porcentaje de mesas en las terrazas, porcentaje de contagios por cada 100.000 habitantes, porcentaje de muertos por región,…

Hoy sigo flotando en esta nueva forma de existir que restringe mis pasos, mis acciones y mis decisiones, que me impide moverme con la libertad que necesito como persona, porque antes de ser libre necesito asegurarme de seguir viva.

Nuestra capacidad de adaptación

El ser humano es un ser que lleva adaptándose toda la vida a lo que le viene. Ese es nuestro «AS bajo la manga», la capacidad para adaptarnos al entorno, ambiente, clima, condiciones o circunstancias que nos rodeen. Sean cuales sean, aprendemos a sobrevivir.

Llevamos un año adaptándonos a una situación de vida o muerte. Esto es así, la gente se muere. Yo no me he muerto, mi familia y resto de seres queridos tampoco, pero hay mucha gente que sí se ha quedado en el camino, física, emocional o psicológicamente.

El problema es que durante todo este tiempo estamos bajo un sistema de fases que se revisan y cambian cada 15 días y que dependen del criterio de cada región en muchos casos o que apelan a nuestra autorresponsabilidad en otros.

Cambiar constantemente no nos permite adaptarnos a nada, no nos permite integrar los cambios y planificar nuestro futuro. Actualizar la normalidad cada 15 días me obliga a reestructurar mi psique cada 15 días y eso, es lo que nos tiene en el limbo de la apatía y falta de sentido.

Llevamos un año sin saber a ciencia cierta hasta que punto podemos salir a la calle, visitar a un familiar o reservar un vuelo, con la confianza de que el procedimiento no cambiará.

Dado que todas las normas y reglas de salud pública se modifican cada 15 días, nos vemos obligados a la planificación absoluta, información constante y control de nuestros pasos.

No hay cabida para la intuición, la improvisación o el impulso personal, eso que nos hace tan nosotros, tan humanos y tan absurdos.

Photo by Ryutaro Tsukata on Pexels.com

Y eso nos está marchitando.

Hasta que no pueda sentir que algo es estable, da igual en que condiciones de limitación o no, no puedo avanzar.

No quiero planificar mi vida social si cada 15 días cambian las condiciones. No quiero planificar mis hábitos de ejercicio porque cierran y abren gimnasios, tiendas, restaurantes, academias… haya toques de queda y aforos cambiantes cada quincena.

Hoy ya puedo salir de mi comarca pero no sé si la semana que viene podré o el mes que viene podré, no sé hasta cuando ni en qué condiciones, no sé si me pueden sancionar por estar haciendo algo mal.

Me veo en la obligación de estar actualizada todo el rato y mi sistema de adaptación está saturado.

Cada nueva adaptación es una nueva configuración de mis hábitos, de mis rutinas, de mis posibilidades, de mis acciones y de mi vida.

El proceso de adaptación personal consiste en un ajuste psicológico y emocional no solo a nuestra nueva manera de pensar y sentir sino a la realidad que nos ha tocado vivir. El proceso de adaptación dura un tiempo y, aunque diferente en cada persona, los cambios tienen una serie de fases que deben completarse secuencialmente para seguir avanzando en ellas y llevamos más de un año viviendo en la misma fase: Supervivencia.

Vivir con el modo de supervivencia tanto tiempo y de manera recurrente nos tiene agotados.

Llevamos un año fuera de nuestra zona de confort, sin rutinas reales que duren más de un mes y necesitamos una zona de seguridad en la que apoyarnos.

La apatía

Y entonces aparece la apatía. Sentimos desde hace semanas, o meses, ya ni sabemos cuando empezó, que no tenemos ganas de nada. Tenemos ideas en nuestra mente de cosas por hacer pero nada nos arranca con ilusión del sofá, nada nos quita el pijama con la suficiente alegría como para percibir que las cosas tienen sentido. ¿Acaso ya nada nos interesa realmente?

La apatía que vivimos es la consecuencia de llevar tanto tiempo en el reto que nunca termina, que nos impide asentarnos y encontrar rutinas que nos organicen la mente para seguir avanzando en las fases de la adaptación. Dejar de sobrevivir para empezar la fase de búsqueda de rumbo.

Photo by The Lazy Artist Gallery on Pexels.com

Hasta que no sintamos cierta estabilidad, no despertará en nosotros/as un sentido de ruta hacia la que dirigir nuestras emociones y nuestra vida.

El exceso de control de las normas al que estamos sometidos/as nos impide ser espontáneas, incluso en lo más nimio.

¡¿Y esto cómo se resuelve?!

Partiendo de la base que se están tomando medidas políticas, económicas y sociales de todo tipo y en todos los países, sin que ninguna sea 100% eficaz y de que voy a enfocarme en lo que sí está en nuestra mano, aquí van algunas sugerencias para ayudarnos a sobrellevar de mejor manera nuestra sensación de falta de motivación y sentido:

  • No dejes de hacer planes pero acepta que la frustración aparecerá más a menudo que de costumbre.
  • Asume que tu mente está en «modo supervivencia» por lo que te vas a sentir estresado/a de manera continuada.
  • No quieras ser la reina del crossfit o el rey del yoga, con que hagas 10 minutos de estiramientos sencillos de cuello, brazos, espalda, piernas… y un paseo diario a la misma hora, ya vale para empezar.
  • No te fuerces a sentirte motivado/a o a encontrar los «para qué», mejor céntrate en hacer cosas que te hagan reír.
  • Te puede resultar difícil tener claros tus sueños, propósitos o deseos personales ahora, así como el camino a seguir para alcanzarlos. No te sientas mal por ello, quizá no es el momento de grandes metas y realizaciones.
  • No te compares con otras personas que sí están motivadas, enérgicas u optimistas, cada quién tiene oportunidades y perspectivas distintas en estos momentos. Todo es válido, tú eres válido/a y tu agotamiento es válido.
  • Comparte como te sientes, habla con quien te quiera escuchar, llora sin necesidad de explicación y enfádate con lo que está pasando. Es lícito.
  • Cuando estés de bajón máximo, recuérdate a ti mismo/a que esto no va a ser así siempre, solo necesitamos generar rutinas que nos ayuden a estabilizarnos.

Siento si el tono de este post parece pesimista pero necesito ponerle fin a la ilusión de que es momento de crecer, de cumplir sueños y de ser feliz, porque no lo es.

Es momento de mantener, de sembrar pequeñas cosas que se cosecharán, si el tiempo acompaña. Es momento de decir «estoy mal, lo llevo mal y no quiero fingir otra cosa».

Estamos de duelo, nuestras anteriores vidas se han ido diluyendo entre gel hidro alcohólico y noticias alarmantes. Compartamos estos momentos de tristeza, rabia, negación o culpa para poder integrarlos y seguir adelante.

Decidamos vivir a pesar de todo esto desde la realidad y la sencillez.

Todo lo anterior también sirve para quienes sienten apatía a pesar de haber conseguido cosas magníficas durante este tiempo y que antes no tenían: casa, trabajo, hijos, relaciones… El duelo es planetario y tú también tienes derecho a transitarlo. Que nadie te diga que «tú deberías estar contento/a».

No estamos solos/as, somos una humanidad entera afrontando algo muy gordo.

Te invito a que comentes en este post, o en cualquiera de los post de este blog, cómo te sientes y en qué estado te encuentras, qué proyectos eres incapaz de retomar, en qué te sientes especialmente desmotivado/a o que técnica utilizas tú para encontrar estabilidad en este momento.

Imagen de cabecera de Saydung89 en pixabay

Más posts interesantes aquí

Autoestima y redes sociales

Aquí tenéis el directo de Twitch en el que revisamos todos los conceptos de este post

De entrada os adelanto que soy defensora y pro-tecnologías de la información, que crecí con los primeros módems en casa y conocí a más de una persona a través del chat de amigos de Terra cuando era adolescente. «Ojo-cuidao» 🔌

Así que, no pienso demonizar las redes sociales sino responsabilizar del buen uso a las personas que las manejamos.


Instagram, Twitter, Facebook, Pinterest, Tinder, TikTok, whatsapp, Telegram, Youtube, Twitch, Linkedin,… Y una cantidad enorme de plataformas más, forman parte ya de nuestra vida diaria, de nuestro costumbrismo.

Photo by Pixabay on Pexels.com

Deformación vocacional, me cuestiono hasta que punto estas facilidades que me conectan y me sirven para construir mi tejido social, me complican la vida o incluso me empujan a la insatisfacción o frustración.

Sumideros de tiempo

¿No os ha pasado que entráis en Instagram y cuando os dais cuenta lleváis media hora saltando de una cuenta a otra viendo imágenes o historias que os han cautivado y ya ni os acordáis a qué habéis venido? Sé que sí.

Un sumidero de tiempo es una especie de tubería invisible por la que se van horas de nuestra vida que ya nunca regresarán.

No es que las redes no sean útiles o que sean una pérdida de tiempo en sí mismas, es que las utilizamos mucho más tiempo del que realmente necesitamos. Estoy convencida que sólo un pequeño porcentaje del tiempo que le dedicas a las redes se te queda retenido en el cerebro para re-aplicarlo en tu vida o para compartirlo productivamente con otra persona o para integrarlo en tu día a día.

Hace unos años era la TV, hoy son las redes sociales.

Y el problema es que la sensación de pérdida de tiempo, no sólo nos irrita y frustra sino que nos puede traer problemas más serios de desatención de responsabilidades, debilitando así nuestra autoconfianza y autoestima.

¿Qué podemos hacer?

Los últimos dispositivos móviles ya incluyen un limitador de tiempo para muchas aplicaciones, de forma que cuando «se te va el santo al cielo» y extralimitas el tiempo que tú mismx te has impuesto a una red específica, te aparece una pantallita de aviso y te cierra la aplicación en tu cara, impidiéndo que vuelvas a usarla el resto del día.

Creo que es un método infalible pero considero que es una manera de evadir nuestra propia responsabilidad y desconectarnos de nosotrxs mismxs. Utilízalo si no te fías de ti, vamos.

Lo mejor es ponerle un límite de tiempo a lo que estás haciendo pero sin perder la conciencia y la responsabilidad. Ponte una alarma para que suene en un momento dado y comprométete (contigo mismx) a «parar».

Este simple ejercicio, hará que aproveches mejor el tiempo de búsqueda o que disfrutes más tu tiempo de ocio digital, ya que sabrás que tiene una duración determinada.

Tu vida es aquello que decides hacer con tu tiempo

Photo by Moose Photos on Pexels.com

¿Cómo afectan las redes sociales a nuestra autoestima?

Paseo por la playa en un precioso atardecer un día cualquiera, imágenes de amor, cariño y ternura, risas y diversión, belleza, juventud, alegría, éxito, motivación a raudales…! Además de promesas publicitarias milagrosas de gurús que han dado con la pócima de TÚ FELICIDAD.

En las redes sociales vemos lo mejor de los demás y encima, con filtros que lo perfeccionan.

Creo que no os he descubierto nada con esta afirmación, sin embargo, llega un momento que dejamos de ser conscientes de ello.

Todo este cóctel de Expectativas, repetido hasta la saciedad, se convierte en una creencia de realidad de vida y, sin darnos cuenta, vamos interiorizando que debemos ser de una determinada manera, tener determinadas cosas , vestir, hablar, pensar e incluso sentir de cierta forma para SER FELICES (o alcanzar la paz mental o ser nuestra mejor versión o»X»…)

Cuando lo único que observamos son breves momentos e imágenes seleccionadas de felicidad y satisfacción, podemos creer que nuestra vida es aburrida, triste o indigna, ya que parece que somos los únicos que vivimos momentos de frustración, fracaso, decepción y dolor.

Y no.

Lo habitual es que vivamos entre una mezcla de cosas positivas y negativas simultáneamente sin embargo en redes sociales sólo vemos una cara de la moneda.

Photo by The Lazy Artist Gallery on Pexels.com

Un youtuber puede fascinarnos con su belleza y sentirse plenamente insatisfecho con su economía, ¿Qué crees que te va a mostrar más habitualmente en sus videos? Una emprendedora te va a mostrar su mejor perfil en Linkedin pero dudo que también comente que se siente absolutamente desconectada en su relación de pareja…

Si nos creemos la vida que vemos a través de las redes sociales, es como si creyéramos que las actrices y actores son los personajes que interpretan.

Pocas veces se alinean los planetas para que absolutamente todo a nuestro alrededor esté bien, ¡aunque a veces pasa! 😄 y pocas veces todo en nuestra vida está mal, aunque a veces lo sintamos así 😑

¿Qué podemos hacer?

Ser realistas, tocar con los pies en la tierra y comprender que la vida es una escala de grises infinita.

  • Que ni soy el único ser en el mundo que siente frustración o dolor, ni es posible permanecer en un estado de gracia e iluminación vital lleno de fantasía y poesía permanente.
Foto de Renato Abati en Pexels
  • Que las redes sociales solo son una pequeña parte de la realidad de las personas (o incluso sólo son personajes irreales).
  • Que los nicks, los tweets, los «likes» y los compartir se ejecutan tras una pantalla y a muchos kilómetros de distancia de tí, por lo que la mayoría no tienen que demostrar que todo aquello que te cuentan o que te muestran, es cierto.

Seguir a creadorxs de contenido que también muestran su vulnerabilidad, su fragilidad, sus fracasos… ¡Que lxs hay! 👍🏼

Siéntete identificadx con lo que eres hoy y busca referentes de lo que quieres ser mañana que se atrevan a mostrarte una vida más sincera. Te aseguro que tus metas y pretensiones en la vida serán coherentes para tí y lo más importante, ¡alcanzables!

Nos merecemos aceptar quienes somos, tratarnos bien, sentirnos capaces y sabernos válidos.

Aprendamos a tener una mirada crítica con lo que vemos en redes sociales y complicidad con nosotrxs mismxs.

Aquí os dejo una captura de mi aspecto en el momento en el que termino de escribir este post